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jueves, 19 de julio de 2012

El frenillo

Una de las cosas que más me gustaron del nacimiento de mi hijo, es que no nos separamos en ningún momento. Tuve ocasión de tenerle sobre mi desde el primer instante y se enganchó al pecho a los quince minutos de haber nacido. Fue increíble, porque no sentía ningún dolor. Es cierto que con mi hija también pasó eso, al principio no sentía nada, pero la primera o la segunda noche ya tenía el pezón del pecho derecho hecho una pena.

Con él nada de esto pasaba. Mamaba muy frecuentemente, más que mi hija, aunque a mi no me importaba lo más mínimo tenerlo pegado a la teta las 24 horas. Cuando le ponía al pecho, movía mucho la cabeza, hacia adelante y hacia atrás y hacía movimientos con la lengua, como intentando agarrar el pecho pero sin poder hacerlo. Al final, encontraba la posición y mamaba bien. Iba ganando peso correctamente y creciendo con normalidad. Salió del hospital con 2500 y a los dos días ya había recuperado los 200 gramos que había perdido. A la semana, pesaba casi medio kilo más y había crecido tres centímetros.

Sin embargo, ese cabeceo que tenía en ocasiones y esos movimientos que hacía con la lengua me tenían muy mosqueada. Sin embargo, mi hijo tenía ya un mes cuando pude contárselo a su pediatra, que es una consultora de lactancia certificada (IBLCL - International Board Certified Lactation Consultant por sus siglas en inglés). Ella lo que hizo fue confirmar mis sospechas: mi hijo tenía frenillo.

Pero, ¿qué es el frenillo? ¿En qué puede afectar el frenillo a la lactancia materna?

El frenillo es una membrana mucosa que se encuentra debajo de la lengua y que dificulta los movimientos normales de la misma, pues ésta se queda anclada.

He de reconocer que no tenía experiencia previa con los frenillos ni me había formado sobre ellos. Es cierto que antes de nacer mi hijo había estado leyendo sobre el tema, pues al parecer es más común de lo que se cree (antes era rutinario el eliminar los frenillos cuando los niños nacían y por eso, quizá, había menos casos, pero ahora no se hace) y quería estar informada para poder detectar los signos si mi hijo lo tenía. Seguramente sea por eso que se encendió una lucecita de alarma prácticamente desde la primera toma de mi niño. Pero como estaba aumentando bien de peso, lo dejaba pasar.

El frenillo en bebésAñadido al cabeceo y al movimiento de la lengua, fue otro aspecto el que me hizo acudir cuando él cumplió el mes, a la pediatra. Mi hijo tenía muchísimos gases. No ocurría en todas las tomas, pero en muchas de ellas, era terminar y ponerse fatal. No es que sea un niño que proteste mucho, pero se retorcía, se encogía y pasaba ratos bastante regulares. Ella examinó una toma y se fijó en un primer signo de un posible frenillo: un chasquido de la lengua. Cuando mi hijo mamaba, la lengua se le iba para atrás debido al frenillo y eso producía un chasquido. Para evitar este punto, me recomendó que le diera el pecho lo más reclinada posible (si era tumbada, mejor que mejor, es más, la mejor postura en estos casos es la postura “a caballito”) para que el peso del pecho no recayera sobre el mentón y dificultase la toma.

Cuando maman, los bebés mueven la mandíbula hacia adelante y hacia atrás, pero para mi hijo, ese movimiento hacia adelante ya resultaba difícil de por sí y si, además, tenía que soportar el peso del pecho... peor aún. De ahí el chasquido. 
Otro aspecto a tener en cuenta era la cantidad de veces que mi hijo se atragantaba. Según me comentó la pediatra, los bebés que tienen frenillo suelen atragantarse más a menudo que los bebés que no lo tienen. Esto también se solucionaba en gran medida con la postura, si lograba darle de mamar a caballito o él tumbado sobre mi, le resultaría más difícil atragantarse (siempre hay más posibilidades de que un líquido se vaya por otro lado cuando estás tumbado boca arriba que cuando estás sentado) y la toma sería mucho más eficaz.
Después de esto, le exploró concienzudamente la boca. Le observó los labios y vio que tenía una ampollita en el labio superior. Esta ampollita no tiene por qué significar algo malo necesariamente en la forma de agarrar el pecho, pero, según me dijo, normalmente suele indicar que están realizando más fuerza para agarrar el pecho de la que deberían. Vamos, que puede ser un primer indicador de algún tipo de problema (mi hija lo tuvo los primeros dos o tres meses y yo tuve muchos problemas también. Seguramente ella tendría algo de frenillo, pero, no tuve la suerte de contar con alguien con experiencia cerca y tuvimos que pasarlo de aquella manera). Le palpó debajo de la lengua y el paladar y me comentó que tenía un lado de la lengua más flexible que el otro y que, probablemente cuando nació, le resultaría muy difícil levantar la lengua. Al mes, gracias a la lactancia, había conseguido hacer más flexible el frenillo y ya la elevaba algo más. Añadido al frenillo, tenía el problema del paladar muy elevado, que le hacía más difícil mamar.

¿Qué le pasaba a mi hijo? Al tener frenillo y no poder realizar correctamente todos los movimientos con la lengua necesarios para mamar como debería, las tomas que hacía no eran demasiado efectivas y seguramente estaba tomando más leche “del principio” que “del final”. La lecha inicial es más rica en lactosa y, por lo tanto, más difícil de digerir. Esto provocaba que él tuviera muchos más gases. Por suerte, contaba con su hermana, que también mamaba a la vez que él, lo que favorecía el reflejo de eyección y él se beneficiaba de una lactancia más “fácil” que si ella no estuviera.
Debido a que ni él ni yo estábamos teniendo problemas graves con la lactancia (él estaba ganando peso muy bien y yo no tenía dolores de ningún tipo), lo único que me aconsejó fue cambiar la postura para darle el pecho y volver a los diez días para hacerle un control de peso.
El aumento de peso es mayor del que ellos ya dan por bueno (que según me dijo es de 20 gramos al día, mi hijo coge unos 50 gramos diarios) y él está feliz y contento, así que de momento no hay motivo para operar. En principio, si no hay problemas con la lactancia, no suele haber problemas con el habla o la alimentación.
Sin embargo, no todos los casos son iguales y hay frenillos que dificultan muchísimo la lactancia. Puedes provocar grietas en las madres, poco aumento de peso del bebé, baja producción de leche al no realizarse la estimulación de forma correcta o justo al contrario, una producción excesiva, provocando ingurgitaciones mamarias.
De ahí que, cuando se ve algún síntoma similar a estos, se deba descartar primero que exista frenillo. Hay ocasiones en las que nuestro pediatra o médico no está familiarizado con estos temas (yo he tenido muchísima suerte en este sentido al ser ella una fuerte defensora de la lactancia materna) pero hay muchísimos grupos de apoyo y asesoras que los diagnosticarán sin ninguna duda.

Muchos pediatras, antes de comprobar si existe frenillo, mandarán un biberón de apoyo y se comenzará con la lactancia mixta que conllevará al final a una lactancia artificial completa. ¿Por qué? Porque a los bebés con frenillo les resulta mucho más sencillo tomar un biberón que hacer una toma de pecho, no tienen que realizar los mismos movimientos con la lengua. Por eso se nota tanta mejoría cuando se pasa del pecho al biberón (el bebé deja de llorar, queda saciado, coge peso muy rápidamente, etc.). Sin embargo, el problema del frenillo seguirá estando ahí y, si se trata de un caso de frenillo grave, puede llegar a dificultarle la pronunciación de determinadas consonantes como la erre o bien el niño puede llegar a necesitar aparato dental. Es decir, el frenillo no solo afecta a la lactancia materna. Hay muchos casos en los que, hasta que se opera el frenillo, el bebé debe tener un suplemento de biberón porque, lógicamente, no puede mamar por un impedimento físico, pero tenemos que saber que se puede amamantar a un bebé con frenillo.

En esta página hay un artículo muy completo sobre el frenillo. Muy interesante para tener más conocimientos al respecto y saber que no hace falta renunciar a la lactancia materna cuando nuestro hijo tiene frenillo.  

martes, 17 de julio de 2012

El nuevo miembro de la familia


Hace ya dos meses que hay un nuevo miembro en la familia y aun no he escrito nada sobre él ni sobre las circunstancias en las que vino al mundo. Creo que ya es hora de hacerlo, ¡que él se lo merece!

Mi hijo nació el 11 de mayo a las 17:45. Fue un parto inducido, debido a que no estaba aumentando de peso y el pobre tenía medidas de un bebé cuatro semanas más pequeño. Todo el embarazo fue en esa línea, todas las medidas indicaban que nacería delgadito, pero las últimas semanas estuve más controlada, con monitores prácticamente cada semana y con ecografías cada semana o diez días para ir mirando el peso. El día 9 de mayo fue el último día que fui a monitores y en la ecografía me comentaron que el peso estimado era de 2700, bastante delgadito, y que el doppler estaba muy justito, vamos, que no le estaba llegando el alimento correctamente y que, llegados a ese punto, a dos días de cumplir las 40 semanas, lo mejor era sacarlo para que creciera fuera. Tengo que reconocer que me puse muy nerviosa, no era la idea que yo llevaba. Con la experiencia del primer parto, quería que este fuera lo más natural posible y una inducción no era algo muy natural que digamos. Pero lo primero es lo primero y si mi hijo tenía que salir ya, pues había que hacerlo.
Todo el proceso comenzó a las ocho de la tarde del día 10 de mayo, con una gasa de prostaglandinas, que introducen para que el cuello del útero se vaya ablandando. Provoca contracciones, pero eran muy irregulares y no dolorosas, vamos, como las que ya sentía las últimas semanas antes del parto. Estuve desde las ocho de la tarde con monitores en una sala de dilatación. Al día siguiente, a eso de las siete y media, me pusieron la segunda gasa. Durante la mañana las contracciones empezaron a ser mucho más molestas, sin llegar a ser dolorosas del todo, pero sí incómodas. A la una por fin me dieron un respiro y me quitaron los monitores. No había dilatado nada, apenas estaba de dos centímetros, y me dejaron ducharme y comer tranquila antes de empezar con la oxitocina. Empezaron como a las tres de la tarde y cada cuarenta y cinco minutos, venían a aumentar un poco la dosis. A las cuatro y media, volvieron a aumentarla y a los diez minutos, las contracciones comenzaron a ser muy dolorosas, así que llamé para que me pusieran la epidural. Pararon la oxitocina, pero el proceso ya había arrancado y las contracciones siguieron de manera muy seguida y muy dolorosa. Me pusieron la epidural a eso de las cinco y cuarto, pero ya no me hizo efecto. Notaba la parte derecha algo más dormida, pero seguía sintiendo el dolor de las contracciones. A las cinco y media me exploraron y ya estaba dilatada del todo. Era increíble, una hora antes también me había explorado y estaba de tres centímetros. En quince minutos, mi niño venía al mundo. Tuvieron que ayudarnos un poco con ventosa, porque él no estaba soportando bien las contracciones, pero fue increíble. Aunque sentía el dolor, también noté como salía su cabecita y luego el resto del cuerpo. Venía con una vuelta de cordón (igual que mi hija) pero en cuanto salió me lo pusieron encima y no me separé de él en ningún momento. Todas las pruebas iniciales las hicieron sin moverle de donde estaba. El resto de pruebas y exploraciones (peso, talla, prueba del talón, etc.), las hicieron en la misma habitación. Tuve a mi hijo a la vista en todo momento. No me hicieron episiotomía, no se subieron encima de mi barriga, tuve un desgarro grado II que no me ha dado ninguna molestia en ningún momento. El mismo día del parto pude ir yo sola al baño, ducharme sin problemas, coger a mi hijo y cambiarle el pañal sin necesidad de ayuda. ¡Qué diferencia de un parto a otro! Es cierto que empezó siendo provocado y, por tanto, no pude caminar durante la dilatación debido a los monitores y tuve una vía desde que entré hasta que di a luz, pero por lo demás, fue increíble. Volvería a vivirlo una y otra vez.
Él efectivamente nació pesando 2700 y con 46 centímetros, delgadito y chiquitito. Tenía pellejos por todos lados, cada vez que me acuerdo… No le valían los pañales de recién nacido que le habíamos llevado, le quedaban enormes, así que nos dejaron algunos pañales de bebés prematuros y esos ya le quedaban mejor. Salió del hospital pesando 2500. A día de hoy, dos meses después, pesa casi 5300 y mide 55 centímetros. Casi ha duplicado el peso con el que nació y es 9 centímetros más alto.
Está gordito y precioso. Es un niño sano, simpático y más bueno que el pan con nocilla. Sólo come y duerme. A diferencia de su hermana, él aguanta despierto una hora y media como mucho, después fácilmente se duerme dos horitas o algo más.
No puedo estar más encantada con mi niño, cada vez que me mira y me sonríe se me cae la baba. Parece mentira, pero se olvida una tan rápido de cómo es tener un bebé…  ya estaba acostumbrada a una niñita pequeña, que habla y se sabe expresar, a su manera, claro. Tenía ganas de estar de nuevo con un bebé y lo estoy disfrutando de otra manera, creo que mucho más, a pesar de tener menos tiempo y de no poder introducirme de lleno en el mundo del bebé, como pasó con mi hija. Pero lo disfrutas desde la experiencia que ya te ha dado tu primer hijo. Te tomas las cosas con más calma, estás más preparada para hacer frente a los problemas y esa tranquilidad que trasmites es muy importante para ellos, pues si tú estás bien, ellos estarán bien. Duermo con él desde que nació, así que ni mi hija ni mi marido (ni nuestros vecinos) le han escuchado llorar por las noches ni un solo día.
En fin, que estamos todos encantados con el nuevo miembro de la familia… ¿nos plantaremos ya? Quién sabe…