¿Qué mejor manera de empezar que por el principio? Como ahora estoy embarazada de nuevo, prefiero contar cada prueba de este segundo embarazo y no del primero, que fue completamente normal. Este está siendo algo más “movidito” y seguramente pueda aportar información más interesante. De ahí que vaya directamente al día en el que nuestra hija nació.
Esa noche ya fue un poco rara, pues me desperté varias veces durante la noche con molestias. No quise pensar que se debiera a que iba a ponerme de parto porque prácticamente desde el principio del embarazo, tuve dolores en la zona lumbar, así que era algo relativamente normal. Lo que no lo era tanto fue el hecho de despertarme varias veces, cada dos o dos horas y media aproximadamente. Esa mañana me desperté temprano, sobre las siete y media, porque ya no aguantaba más en la cama.
Alrededor de las nueve y media empecé a expulsar el tapón mucoso. Digo empecé porque estuve como dos horas expulsándolo. Supe que era el tapón porque tenía un aspecto muy viscoso, de un color como clara de huevo y muy abundante, al menos en mi caso. Esto tampoco me preocupó demasiado, el día anterior había estado en el ginecólogo y me comentó que el hecho de expulsar el tapón no era indicativo de parto. Es más, tenía una amiga que perdió el tapón mucoso una semana antes de dar a luz, así que me lo tomé con mucha calma. No tenía molestias, es más, curiosamente me encontraba mucho mejor después de haber expulsado el tapón mucoso que antes, así que tranquilamente me duché, me vestí y fui al centro de salud a por la baja médica. Después estuve con mis padres comprando.
Cuando ya volvíamos a casa, sobre la una y media, al salir del coche y recorrer los pocos metros que nos separaban del portal, noté que empezaba a… ¿cómo decirlo?... “tener pérdidas”. No sé, tenía la sensación de que me estaba haciendo pis encima, no podía controlarlo, pero era muy poco. Así que le dije a mis madre: “no sé si acabo de romper aguas o es que me he hecho pis encima”. Subimos a casa, me cambié y, ante la duda, decidimos ir al hospital. Total, para volver a casa siempre teníamos tiempo.
Quiero decir que nosotros decidimos dar a luz en un hospital privado en Madrid, aun siendo nosotros del sur. El hospital es La Milagrosa. Nos decidimos por este hospital básicamente porque el ginecólogo que me estaba llevando el embarazo atendía los partos allí y para mi era muy importante que la persona que me seguía mes a mes estuviera conmigo ese día. Por eso cambié mi ginecólogo original, porque no atendía partos. En fin, ahora me doy cuenta de que eso no tuvo mucho sentido en mi caso porque no consiguieron encontrar a mi ginecólogo y me atendió el que en ese momento estaba en el hospital (del que, por otro lado, no tengo ninguna queja, me atendió perfectamente).
Cuando llegamos al hospital serían más o menos las tres de la tarde, durante ese rato había tenido alguna molestia, pero poca cosa. Mientras esperaba para decir que necesitaba que me observara una matrona porque creía que había roto aguas, las rompí del todo. Era como si me hubieran tirado un vaso de agua, pero no de golpe, era una caída de agua constante, sin poder evitarlo. Ya sabía que cuando saliera del hospital, lo haría con mi niña.
Tardaron bastante en atendernos, ya no en la entrada, si no en la zona de maternidad. En este hospital al menos, subes a la zona de maternidad y no puedes entrar directamente, hay una puerta que permanece cerrada y tienes que llamar y esperar a que alguien salga y te atienda. Fue en este punto en el que estuvimos fácilmente más de diez minutos.
Cuando por fin nos atendieron, me pasaron a una sala de observación, donde una matrona me examinó y me confirmó que, efectivamente, había roto aguas y que ya me quedaba porque había comenzado el parto. Me pidieron que me quitara la ropa así como el reloj y los anillos y me pusiera ya el camisón o la ropa que fuera a llevar. He de decir que, al ser un hospital privado, tuve que llevar absolutamente todo, desde mi ropa (camisones, calcetines, braguitas post-parto) pasando por toda la ropita del bebé, pañales, etc. Lo que allí sí que nos dieron sin problema fueron las compresas tocológicas, el jabón para el baño del bebé (en mi caso todos los días venía una enfermera por la mañana y se la llevaba para que la bañaran), toallas y, si mal no recuerdo, los empapadores para cambiar al bebé. Lo demás, hay que llevarlo.
Cuando ya estaba cambiada, me pusieron un enema y, después de ir al baño, me pasaron a otra habitación. Esta habitación hacía las funciones de sala de dilatación y sala de parto. Serían aproximadamente las cuatro de la tarde.
Allí me monitorizaron y me pusieron una vía con suero, porque, claro, no me permitían beber ni comer nada. Al poco rato empezaron las contracciones, el monitor las iba señalando segundos antes de que llegaran, así que, cuando ya empezaron a ser bastante fuertes, mi marido me decía: “que viene una” y me daba la mano para que pudiera apretarle fuerte. Vinieron a verme en dos ocasiones, la primera no sé cuánto tiempo después para examinarme y decirme que, tal y como estaba ya, podía pedir la epidural cuando quisiera. Les comenté que me la pusieran en ese momento, que no quería esperar más. Tardaron aun lo que a mi me pareció una eternidad en ponerme la epidural. Cuando me pusieron la epidural, la verdad es que ni me enteré, no se nota nada, es un pequeño pinchazo y además te informan en todo momento de lo que van a hacer y de lo que vas a sentir. Lo malo, tuve una contracción justo cuando estaban poniéndomela, y no puedes moverte lo más mínimo, así que fueron unos momentos un poco más tensos.
En cuanto me pusieron la epidural, vinieron a decirme que me preparara, que iba a comenzar el parto propiamente dicho. Me preguntaron si seguía doliéndome y les comenté que sí, que a mi la epidural no me estaba haciendo nada, notaba vagamente más dormida la parte derecha, pero la izquierda seguía doliendo, así que directamente me pusieron algo en la vía, no sé qué fue, pero eso ya sí hizo efecto y el dolor desapareció.
En el trabajo de parto, lo que es ya el expulsivo, estaban presentes un pediatra, el ginecólogo y una matrona, eso mínimo. Mi marido estuvo conmigo en todo momento. El ginecólogo me examinó y comentó: “Vamos a tener que hacer epi, viene con una vuelta de cordón”. Cuando escuché eso pensé: “Madre mía, me van a hacer la episiotomía, que sea lo que dios quiera”. Después de practicarla, la matrona que estaba a mi lado viendo el monitor, me comentó que venía una contracción y que empujara. No debí hacerlo muy bien porque el ginecólogo me dijo que no quería que respirara así. A pesar de haber ido a todas las clases de preparación al parto, ¡¡no sabía cómo respirar ni cómo empujar!! En la siguiente contracción, uno de los médicos que estaban allí se puso encima de mi barriga y apretó. Mi niña salió con ese empujón, eran las ocho de la tarde. Había pasado sólo seis horas desde que había roto aguas y ya tenía a mi niña conmigo. El trabajo de parto duró diez minutos, no creo que durara más. Después, me dejaron ver a mi hija sólo unos instantes, tuve el tiempo suficiente de decirle “Hola cariño” y poco más, rápidamente se la llevaron con su padre a la habitación en la que íbamos a pasar unos días.
Tardaron una media hora en coser la episiotomía, no sé cuántos puntos me dieron, pero el ginecólogo me dijo que tardaría unos 13 días en volver todo a la normalidad en ese aspecto. Y fueron justo esos días, pero toda la parte del post-parto y lo que pasamos esos días lo contaré en otra entrada.
La anestesista que me puso la epidural nos comentó que yo estaba ya dilatada del todo cuando me pusieron la epidural, que ella creía que estaría de siete centímetros pero que ya los había pasado y que, si queríamos, podíamos poner una queja a la matrona que nos había atendido, porque no era normal lo que había pasado. Al parecer, por esto no me hizo el efecto que debe hacer y tuvieron que ponerme un refuerzo.
La verdad es que mi parto fue bastante rápido y sin ningún tipo de complicación, pero es cierto que ahora que echo la vista atrás y lo veo desde la distancia, hay ciertas cosas que no deberían haber sucedido. Toda la dilatación la pasé sin nadie que viniera a verme (salvo la vez que vino la matrona a decirme que ya podía pedir la epidural), si hubiera habido sufrimiento fetal, ¿quién se habría dado cuenta? Nadie vino a observar el monitor. La epidural me la pusieron muy tarde porque no nos estaban prestando la suficiente atención, pero en realidad eso es lo de menos, porque el dolor es algo que se supera y se olvida.
Esta es mi experiencia, por lo demás, no tengo quejas del hospital. En otra entrada comentaré también qué habría que tener en cuenta a la hora de decidir en qué hospital dar a luz, siempre bajo mi punto de vista, claro.
En cualquier caso, la experiencia que se vive en ese momento es tan maravillosa que los momentos malos quedan relegados.