El jueves tuvimos la peor experiencia de nuestra vida, una experiencia que espero no volver a vivir nunca más.
Cuando llegué a casa a recoger a mi hija, estaba un poco rara, llevaba tratando de dormirse una hora y aun me costó otra media hora que se durmiera. Estaba un poco caliente, seguramente tendría unas décimas, pero no pude comprobarlo porque en casa de mis padres no tenía termómetro.
Al despertarse estaba ya bastante más caliente, era evidente que tenía fiebre, no sólo unas décimas como antes de la siesta. Le di apiretal y al poco rato su temperatura empezó a bajar y ella poco a poco se iba animando. Además, hizo bastante caca, sin llegar a ser líquida, pero muy abundante. Asocié la fiebre a la tripa y que no tendría mayor importancia, seguramente al día siguiente ya estaría mejor.
Al poco de llegar a casa, se enganchó al pecho y empezó a quedarse dormida. Eran sólo las siete menos diez, algo poco habitual en ella, que siempre nos dan las tantas para que se meta en la cama. Pero contando que tenía fiebre, pensé que sería algo más normal. Se durmió muy poco, unos diez minutos, y volvió a despertarse, pero estaba muy mimosa, sólo quería estar en brazos y con el pecho. A las ocho volvió a quedarse dormida, pero un sueño muy intranquilo, porque se despertaba y me llamaba cada diez minutos.
En una de esas ocasiones (yo estaba con ella en la cama) le tomé la temperatura y tenía más de 39. Estaba esperando a que pasara algo más de tiempo porque sólo hacía tres horas y media que le había dado el apiretal y no podía volver a darle otra vez.
En un momento dado, me mordió el pecho, así que se lo quité y fue en ese momento cuando supe que algo no iba bien. Ella tenía la mirada perdida, fija en el techo (estaba boca abajo, así que os podéis hacer una idea de cómo tenía la mirada) y no se movía, no parpadeaba, no lloraba, no hacía nada. La levanté, llamándola por su nombre, zarandeándola, pero no respondía a ningún estímulo externo. Tenía los brazos estirados y rígidos, los dedos de las manos en forma de garra y las piernas también estiradas. Mi marido le pellizcaba en la pierna para ver si respondía, pero ella seguía con la mirada perdida.
Se me ocurrió que quizá estaba teniendo algún ataque y que podía tragarse la lengua o algo así, así que entre mi marido y yo le abrimos la boca y le agarré la lengua con los dedos. No saqué los dedos de la boca hasta que llegamos al hospital.
Llamamos a nuestros vecinos para que nos ayudaran y, cuando mi vecina nos vio, me dijo que me tranquilizara, que solía pasar cuando tenían fiebre y que no me preocupara que no iba a pasarle nada malo.
No recuerdo gran cosa del viaje al hospital, nuestro vecino iba volando con el coche, pitando, dando las largas, con las luces de emergencia dadas... una locura, y mientras tanto yo intentaba que mi niña no se durmiera, mientras me mordía los dedos con una fuerza increíble. Al menos se había relajado y ya no tenía la mirada perdida, se fijaba en las cosas y respiraba bien. Eso me tranquilizó mucho.
Afortunadamente, el hospital lo tenemos a cinco minutos, aunque a mi me parecieron muchos más. Nuestro vecino aparcó el coche casi dentro de la puerta de emergencias, salimos corriendo con la niña en brazos, descalzos y en pijama, con el personal de urgencias indicándonos el camino a urgencias pediátricas. Cuando llegamos al box, había seis o siete médicos que cogieron a mi niña, la desnudaron, le pusieron una mascarilla de oxigeno y le hicieron todo tipo de exploraciones. Una vez que le cogieron la vía y le pusieron una bolsita para recoger la orina y hacer una analitica, pudimos llevarla a una cama que había en la zona de observación, donde pasamos toda la noche. Le tomaron en dos ocasiones la temperatura para ir controlándola.
Según nos comentaron, las convulsiones febriles suelen ser habituales cuando hay una subida muy brusca de temperatura y que son totalmente benignas, no afecta a nivel neuronal ni a ningún otro nivel. Estas convulsiones pueden ocurrir una vez en toda la infancia o bien suceder una segunda vez. Si vuelve a pasar, se le administra un medicamento específico y se le lleva de nuevo a urgencias. Este medicamento se llama Stesolid rectal 5 mg y es como un enema. Se compone, básicamente, de diazepam, lo que ayuda a que el niño se relaje y la convulsión remita. En principio, este medicamento se administra si la crisis no remite en 3-5 minutos, pero como nos dijeron en urgencias, ningún padre aguanta ese tiempo antes de administrarlo porque, aunque parezca poco, en esos momentos se hace muy largo.
Cuando la convulsión comienza, lo que hay que hacer es colocar al niño en posición supina, hacia la izquierda o hacia la derecha, de manera que no haya riesgo de que se atragante con la lengua. También se le puede colocar con la cabeza ligeramente inclinada hacia delante. Si cuando llega la convulsión está comiendo, hay que retirarle la comida de la boca y si se ve que respira con normalidad, no hace falta meterle los dedos en la boca para sujetarle la lengua. Esta posición, además de evitar que tenga algún problema con la lengua, favorece el que se le pueda poner el medicamento si la crisis no remite por si sola. Una vez puesto, hay que apretarles un poco el culete para que no salga.
Esta mañana en el pediatra me han comentado que, aunque estos episodios se conozcan como convulsiones febriles no las provoca la fiebre, si no que ocurren en un contexto en el que hay fiebre. Por esto, no hay que obsesionarse con bajar la fiebre, porque el hecho de no tener fiebre no garantiza que no haya convulsión. Cuando un bebé/niño tiene una crisis de este tipo, hay más probabilidades de que vuelva a tenerla en un futuro, es más propenso a ello, pero esto no significa que necesariamente tenga que pasar por ello otra vez. Así que hay que intentar no obsesionarse demasiado con el tema, aunque en ocasiones es difícil no hacerlo.
Por suerte, todo ha quedado en un susto, pero espero no volver a pasar por esto nunca más.
convulsionfebril.foroactivo.com
ResponderEliminarLugar de encuentro para familiares de niños con convulsiones febriles.
Muchas gracias, entraré para echarle un vistazo, siempre viene bien hablar con gente que ya ha pasado por ello.
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